El Rambler

El Rambler

                

     El auto estaba cerca, es decir: sabíamos que nuestro padre había averiguado en alguna concesionaria, el valor de un vehículo familiar que iba a ser el primero que nos llevaría de paseo o por trabajo de manera autónoma sin depender de otras voluntades ni choferes de colectivos de pasajeros.    

    Por el presupuesto que mi padre pensaba invertir, luego de trabajar como boticario más de ocho años en aquel pueblo de campaña, y por la marca mencionada sospechábamos que sería por lo menos un Jeep IKA de caja corta carrozada, o una Estanciera de la misma marca un poco más amplia que el anterior y mejor que un Jeep de caja larga.

     Durante meses, cuando veíamos por la avenida Rivadavia algún vehículo de los mencionados mientras esperábamos un transporte que desde Ciudadela nos llevara a Junín, señalábamos y nos ponía contentos ver jeeps o estancieras como las potenciales compras que mi padre haría en un corto plazo.


    --¡Ése!, ¡NOOO!! ¡Aquél!!— así jugábamos a adivinar cuál sería el preferido por mi padre.

     Por fin llegó el día y con mi padre nos trasladamos desde el pueblo hacia la concesionaria de la marca ubicada en el boulevard de la ciudad a donde llegamos con el transporte de colectivos local en horas de la mañana.
     Luego del papeleo de práctica en el escritorio del vendedor,  mi  padre abonó lo pactado y pregunté al vendedor de qué color era el jeep y me contestó:
      --Es aquel Rambler gris.

   Grande fue mi sorpresa al recibir esas llaves del modelo Classic, 4 puertas y tratar de manejar ese vehículo. Yo sabía la teoría del manejo vehicular pues veía a los choferes de ómnibus o colectivos maniobrar el volante, o a mis amigos que me llevaban en su auto y prestaba atención a las ocasiones en que se usaban el acelerador, cambios, embrague, frenos, espejos, bocina y luces, según necesidad y adecuadamente.

   Mi padre no sabía manejar así es que, con mis diecisiete años asumí esa responsabilidad. El vendedor me indicó que saliera suavemente y así lo hice en el Rambler Familiar de cuatro puertas y palanca de cambios al volante. La vereda en pendiente me llevó suavemente hacia la calle, siempre en primera marcha, y al ver el cordón de la calle frente al capot giré rápidamente ¡¡¡a la izquierda!!!!  Me había olvidado de que era un boulevard que tenía otra mano separada por un cantero central, y yo giraba en contramano en esa calle, por suerte desierta de tránsito a esa hora. En la próxima esquina giré en “U”, todo bajo la atenta y pasmada mirada del vendedor y el dueño de la concesionaria.
  Regresé al sitio donde estaba mi padre, él se despidió de los atónitos espectadores, subió al auto y partimos cuidadosamente rumbo al pueblo.
    Salimos de la ciudad siguiendo el camino del colectivo hacia la ruta 7 y de allí ya teníamos sabido el camino de 13 km de  asfalto  hasta el Km 249, tomar  el camino a la derecha [► Morse 15   Bragado 70] y hacer luego 15 km de ese camino  de tierra  y/o arenales hacia el pueblo  luego de girar y contragirar 13 curvas para llegar, después de cruzar las vías del ferrocarril, al pueblo.
  Llegamos a la farmacia, que en ausencia de mi padre estaba Doña Marta atendiendo el despacho de medicinas y perfumería, quien salió a la calle al escuchar la bocina del auto nuevo con que yo anunciaba el arribo.
  Quedó sorprendida pues tampoco tenía idea de la calidad del vehículo que compraría mi padre, y salimos a dar una vuelta al pueblo.
   Era un sueño cumplido, casi como el dicho que decía que lo mejor a que se podría aspirar era tener a…
                          “… la mare (madre) en coche…“



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